La obesidad o la diabetes tipo 2 están sufriendo un aumento en la población, y en gran medida se debe al azúcar. Más concretamente a los llamados “azúcares libres” o añadidos, aquellos que tanto los consumidores como los fabricantes añaden a los diferentes productos, como por ejemplo las bebidas azucaradas o refrescos.
En cuanto a enfermedades orales se refiere, la caries es la más extendida a nivel mundial con casi una tasa del 100% entre los adultos y entre el 60% y el 90% de los niños. Las bacterias responsables de las caries transforman el azúcar de los alimentos en ácidos que dañan el esmalte y acaban penetrando en el diente. Por ello el exceso de azúcar es el principal enemigo de la salud oral.
Para intentar minimizar el impacto del azúcar en nuestra salud han surgido varias iniciativas que pretenden que los refrescos o alime ntos con una gran cantidad de azúcar tengan un impuesto específico. De esta forma, según señalan los expertos, al aumentar el precio del producto se reduciría su consumo entre la población. Ciudades como Berkeley, en California, o países como México ya han adoptado la imposición de estas tasas al igual que Reino Unido o Filadelfia, que a partir de 2017 comenzarán a funcionar estos gravámenes.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) apoya estos planes e insta a que la tasa sea como mínimo del 20% sobre el precio de dichos productos para que se reduzca considerablemente los índices de consumo. La OMS aclara que en la dieta no se precisa ningún tipo de azúcar, por lo que recomienda que las personas que sí toman azúcares añadidos o toman productos azucarados mantengan esa ingesta por debajo del 10% del total de sus necesidades energéticas. Si se quieren conseguir beneficios, lo ideal es rebajar ese porcentaje hasta el 5%. En cifras más manejables, esto equivaldría a tomar menos de una lata de refresco al día, unos 250 ml.